¿Sabéis esos días en los que por mucho que te esfuerces estás, literalmente, PLOFF? Todos los tenemos, unos más otros menos, pero absolutamente todos los seres humanos de este planeta tienen estos días. Yo soy de esas personas a las que cuando están de capa caída les da por pensar... Pienso en lo afortunada que soy por la familia que tengo, pienso que tengo unas amigas geniales con las que mi vida es, sencillamente, MÁS, a lo mejor vosotros no lo entendéis y no os culpo, no todo el mundo tiene la suerte que yo tengo de haber conocido una amistad que supera los límites, una amistad como jamás pude imaginar, una amistad tan especial que, sin darte cuenta, hablar de familia conlleva hablar de amistad y es que hay momentos en los que me planteo si no seremos unas trillizas a las que separaron al nacer... Os quiero pequeñas.
Bueno... Que me desvío... En estos días, me planteo, también, cosas duras, me auto-analizo y no siempre me gusta lo que encuentro entre mis pensamientos...
Hoy, por ejemplo, me he planteado si de verdad he superado mi última relación... No os asustéis, por supuesto que la he superado, hace mucho que lo he hecho. Creo que superé aquello en el momento en el que se acabó. Siendo francos.... No lloré tanto como se debería llorar a una persona que de verdad merece la pena (me sorprendió hasta a mi), bastó con una visita de mis amigas y una tarrina de helado de chocolate para superarlo.
Sí, lloré algunos días más, escribí una despedida, estuve vigilando sus fotos de perfil un tiempo, también su estado en whats app, me emocionaron las palabras de su madre cuando me escribió una especie de despedida por whats app.
Pensé en él mucho tiempo después de aquella tarrina de chocolate. Pero me di cuenta de que no tenía sentido, no tenía sentido porque no pensaba en él echándole de menos, sino echando de menos la sensación de sentirme querida. Pero, ¿qué sentido tenía aquello?. Si había acabado de aquella manera realmente ni si quiera me había querido y como consecuencia aquella sensación de sentirme querida era falsa. Miraba sus fotos de perfil esperando que no encontrara a nadie más, que no fuera feliz... ¿Egoísta? Tal vez, pero a quién le gusta ver que su ex rehace su vida antes que tu, a NADIE...
Finalmente, y después de algunas semanas, me di cuenta de que lo que estaba haciendo era sentir pena de mi misma. Me daba igual que aquello se hubiese acabado. ¿Qué me dolió? ¿Qué me acojone? Pues sí, en su momento si, pero después escogí el camino fácil y aquel camino fue desistir, decidir que no volvería a enamorarme en una temporada, estar triste o darme pena a mi misma... Pero un día abrí su foto de perfil, lo miré bien y me dio vergüenza... Vergüenza de estar haciendo el tonto, porque se acabó y lo fácil era cerrarme en banda. Vergüenza porque al mirarle me dio asco (lo se es cruel, pero me dio asco haberme acostado con aquel chico).
Y... ¡EUREKA!
Se me encendió la bombilla, decidí dejar de darme lástima a mi misma y tomé las riendas de mi vida. Empecé por apuntarme al gimnasio, me corté el pelo y poco a poco comencé a quererme a mi misma de nuevo (hasta decidí que era momento de empezar a maquillarme). Estaba eufórica, me sentía con tanta vitalidad, me miraba al espejo y me empezaba a gustar lo que veía. Y justo en ese momento, mira tu por donde, que el susodicho te manifiesta su gran dolor por haberte dejado y te declara amor eterno. ¿Pues sabes qué? ¡Que me das pena chaval, me das pena porque en tu vida vas a tener a una chica como yo!. Pero lo siento mucho, tu eres pasado y tu dolor ya no tiene sentido porque no hay nada que perdonar, te olvidé. Sí, lo hice hace mucho. BYE, BYE.
Joder, en ese momento me di cuenta de que hacía mucho que no era tan feliz. Me propuse disfrutar la vida, reír con mis amigas hasta tener agujetas, disfrutar cada segundo con mi familia, querer solo a quienes de verdad merecían mi amor.
No derrocharía ni un solo rincón de mi corazón con otro chico que no valiera la pena, me juré.
Y aquí, el motivo del día tonto de hoy.... Sí, ahora lo entenderéis...
Resulta que me dije, chica sube el listón. Y lo he hecho, subirlo no es problema. Ya me gustaban los chicos atractivos desde antes... Pero te fijas en uno, te fijas en otro, te miras al espejo y te sientes tan poca cosa. Que mierda, piensas. Esa clase de chicos no se fijarían en mi en su puñetera vida.
Sí, vale, he bajado unos kilos, estoy más contenta con mi aspecto, me veo más guapa... Pero no lo suficiente como para lanzarme con esos chicos, parece que ellos jugaran en primera y tu ni si quiera jugaras en tercera. Parecen puñeteros dioses griegos y tu te miras al espejo y piensas chica como mucho una menina mal pintada...
En ese momento comprendes por qué, por qué bajaste el listón. Porque tu autoestima pudo contigo y te hizo convencerte de que tenías que aceptar que solo le gustabas a chicos de aquel “nivel”. Luego que no me extrañe que al mirar atrás me cague de miedo de lo feo que son mis antiguos amantes. Gilipollas, es poco.
¡A ver, yujuuu! ¿Tu estás tonta? Me pregunto. ¡Pues sí! ¿No se supone qué a tu chico le tienes que gustar tal como eres? Pues ya está, chica o nos queremos a nosotras mismas o nadie va a querernos. Fácil decirlo, pero ponerlo en práctica es complicado...
El caso, es que yo quiero creer que puedo gustarle a ese antiguo compañero de instituto que ahora está como un tren, a ese camarero que fuma en tu portal, a ese chico que imprime tus apuntes, a ese enfermero que te sonríe cada día en el quirófano, a ese profesor particular... Pero soy incapaz de creerlo, soy incapaz de creerlo porque no me quiero lo suficiente y eso es un gran problema, porque entonces nunca me lanzaré... Y que no nos engañen las películas, hoy en día nos tenemos que lanzar porque el amor no viene a tocarnos en la puerta...
Y en este preciso instante, me pregunto: ¿Dónde coño estás autoestima? ¿Dónde te metes confianza? No están, no salen a flote. Y querida, las necesitas... Las necesitas más que nunca, has subido el listón y no estás dispuesta a bajarlo, eso está claro.
No me voy a rendir, puede que me cueste encontraros. Pero no voy a desistir... YO PUEDO.